Llevo un tiempo en el que
hay distintas cuestiones de la actualidad que me sugieren escribir,
pero la propia actualidad hace que surjan otras nuevas. Tal vez por
ello, esta reflexión sea algo más larga de lo habitual.
Esta tarde leo por
facebook varias entradas relativas a la crisis del régimen surgido
de la Transición, uno escrito por el diputado de Izquierda Unida
Alberto Garzón y otro por
Pablo Iglesias Turrión, profesor de CC. Políticas
de la Universidad Complutense,
es una idea que llevo tiempo pensando y en la que coincido con los
dos autores. Hace año y medio, en diciembre de 2010, ya escribí en
el blog una reflexión en la que consideraba que
2010 marcaba elpunto de inflexión de la crisis del régimen de la Transición. Los acontecimientos acaecidos desde entonces (aparición del 15M,
reforma constitucional, rescates, elefantes reales,
doctrina del shock, posibilidad de un gobierno de concentración, cuestionamiento de
facto del estado de las autonomías desde el propio gobierno) no
hacen sino confirmarme en esta opinión.
Todo el mundo conoce que
la Transición fue un proceso de paso pacífico desde la dictadura
franquista a un régimen de libertadas. Ese proceso fue pactado entre
los sectores procedentes del fascismo franquista, pero que optaban
por tener un régimen similar a los de nuestro entorno, (UCD y AP
-anterior denominación del PP-) con los sectores antifranquistas
tanto de izquierdas (PCE, PSOE) como nacionalistas (principalmente el
catalanismo -actual CiU-).
Para los sectores reformistas toda la
Transición era un pacto de máximos, hasta ahí estaban dispuestos a
aceptar. Para los sectores procedentes de antifranquismo era un pacto
de mínimos.
No sólo el pacto constitucional, el pacto autonómico
sino cuestiones como el pacto de silencio (Ley de Amnistía) hacia la
dictadura, el establecimiento de una política de la equidistancia
con respecto la Guerra Civil (“ambos bandos hicieron
barbaridades”), el culto a la personalidad (campechana) del Rey (y
su familia) y aceptación del régimen monárquico, acuerdos de la
Iglesia y el estado, bondades de Europa. Todo se aceptaba por tal de
huir del enfrentamiento civil o de involuciones, además se entendía
que nuevo régimen gozaba de cierta neutralidad que permitía acceder
al poder y realizar todo tipo de programa político, al fin y al cabo
la Constitución era suficientemente ambigua como para permitirlo.
Los años ochenta fueron
los años de esplendor del consenso surgido en la segunda mitad de la
década anterior. Es en los noventa cuando se producen las primeras
muestras de erosión de esos consensos.
1996, Fiesta del PCE: el secretario general comunista dice algo que llevaba cuatro años
repitiendo; el Tratado de Maastricht vaciaba la Constitución de 1978
de todo su contenido social, lo cual suponía la ruptura del pacto
constitucional, en que la derecha había aceptado los contenidos
sociales de la Carta Magna y la izquierda, en palabras de Julio
Anguita en aquel
septiembre de hace dieciseis años: “
En las horas difíciles de la
Transición Española nuestro Partido, en aras del consenso para que
el Estado Social y Democrático de Derecho estuviese contemplado en
la Constitución priorizó los contenidos del mismo a la inclusión
de los dos primeros principios en la Constitución (Estado
Federal y Solidario y Derecho a la Autodeterminación)
y
pasó, transitoriamente, a un segundo plano, su lucha y su esfuerzo
para que el futuro Estado Español tuviese la forma Republicana”.
El PCE había tenido, y lo tendría durante mucho tiempo (aún lo
tiene), el grave problema de su doble personalidad (por identidad, la
de ser un partido revolucionario, antisistema, por su historia en la
Transición la de ser un partido padre del sistema),
ya escribí algo sobre este problema.
Aquel discurso de Anguita suponía (ruido mediático aparte
sobre el hecho -obvio, como dijo un obispo en aquel entonces- de que
PCE era republicano) la constatación de la ruptura del pacto
constitucional y el (lento) viraje del PCE y de Izquierda Unida hacia
posiciones críticas con el régimen de la Transición. A partir de
ese momento, se hicieron visibles en actos públicos la bandera
tricolor.
Pero tendremos que
esperar unos años para que el naciente movimiento de la memoria
histórica ponga el dedo en la yaga de uno de los déficit de la
“Democracia”, el silencio a los asesinados por defender la
democracia republicana en los años treinta y cuarenta. Para la
generación de los criados en “Democracia” los cuales mamamos
desde la cuna las maravillas de este régimen no nos era concebible
(ni aceptable) una democracia que mantenía en fosas comunes y en
silencio la memoria de quienes lucharon por la propia democracia,
pero la cosa no se queda ahí (en la existencia de fosas) hasta el
punto de llegarse a enjuiciar u condenar al juez que se atrevió a
investigar la cuestión.
Pero en honor a la
verdad, éramos los jóvenes de la Transición pertenecientes a
organizaciones obreras los que teníamos esta visión, el resto de la
sociedad, y especialmente de la juventud, estaban o encantados con el
régimen o directamente el régimen se la traía al pairo. Se vivía
bien. Los valores cultivados en la sociedad eran los del
neoliberalismo triunfante, y la gente los aceptaba y votaba entre
los partidos que defendían con matices (más de moralidad -laica
versus católica- que de otra cosa) ese modelo económico. Un interesante artículo de
Fernandez Steinko sobre esta cuestión lo leí en estos días profundiza sobre esta cuestión.
La visión idílica surgida de que el
régimen de la Transición es una representación del pueblo empieza
a caer cuando los dos grandes partidos, que son los pilares del
régimen político (PSOE y PP) empiezan a ser percibidos como un todo
(PPSOE) que sirven a los intereses del gran capital y la banca en
contra de los intereses de la mayoría de la población. Cuando
escribí “2010: La crisis de la Transición” se daba muestras de
no ir más allá; condenado al juez que se había atrevido a buscar a
los desaparecidos defensores de la democracia republicana; el
deterioro físico del Jefe del Estado; la fatídica foto del
presidente de gobierno recibiendo el dictado de la plutocracia
nacional (presidente de Bankia incluido); y finalmente el discurso
del Jefe del Estado en Nochebuena apoyando los recortes procedentes
del mandato de “los Mercados”.
Sin embargo, la gran crítica
al régimen vino a partir del 15 de mayo siguiente, cuando miles de
españoles mostraron su crítica al bipartidismo sustentador del
régimen, por que dicho bipartidismo no representaba a los gobernados
sino a otros intereses. Una crítica a los políticos -en algunos
casos sin hacer distinciones-, pero en el que se sintió identificada
una gran cantidad de españoles, en base a una crítica genérica y a
una falta de concreción programática. Esto genera el caldo de
cultivo a concepciones como “sin banderas”, “sin
partidos ni sindicatos”.
Desde entonces se está
produciendo un proceso en el que el poder se ha sometido total y
absolutamente a los requerimientos de unos expeculadores y
capitalistas apodados “Mercados”, tratando de hacernos creer que
se puede contentar a unos chantajistas, y mientras aprovechar para
aplicar la terapia de choque descrita por Naomi Klein para empobrecer a la mayoría de la población en beneficio de una minoría. Se vive un proceso
de deslegitimación de todo aquel que defienda que la mala gestión
de los banqueros ha de tener un costo a la ciudadanía, máxime cuando además no tienen un comportamiento coherente (ya sean banqueros muy
bien indemnizados; sean cargos públicos con buenos sueldos; o reyes
cazadores).
La cuestión, es que en los meses que han pasado desde
las últimas elecciones el bipartidismo está perdiendo apoyo según
las encuestas; por otro lado surgen proyectos altamente rupturistas como el
Frente Cívico u Ocupa el Congreso.
La reforma
constitucional, el alejamiento de los políticos de la sociedad, la
sumisión de las instituciones a los intereses del gran capital, la
pérdida de la ejemplaridad del Jefe de Estado y su familia (a pesar
del culto a la personalidad), el vaciado incesante del componente
social del régimen español hasta límites insospechados hace algún
tiempo o la involución centralista por vía de finanzas del estado
de las autonomías. Es en la práctica el desmontaje del régimen
surgido de la Transición.
Ahora, ¿para dónde
vamos?
Obviamente el gobierno
del PP está empujando a través de su terapia de choque a una
involución dentro del propio régimen hacia posturas neoliberales
(en lo socioeconómico), nacional-católica (en moralidad -ley del
aborto-) y centralista. Sería la reconversión de la "Democracia" surgido en los años setenta en una plutocracia de facto.
Desde la ciudadanía, la indignación
surgida desde el 15 de mayo del año pasado anda generando un caldo
de cultivo que puede ir concretándose en dos metalidades (no hablo
de proyectos políticos sino de mentalidad) que podríamos definir
por un lado como pseufascistas y por otro como neojacobinos.
El
primero, sería la mentalidad de esos sectores que siguen vinculados
a los valores neoliberales; que se siguen considerando clase media;
que tienen una visión microeconómica (vease el artículo de Steiko,
mendionado antes); que como individualistas, rechazan cualquier
organización (partidos, sindicatos), es el discurso del “sin
banderas”; y que en definitiva estaba cómodo en delegar el poder
en otros, siempre y cuando no vayan en contra de sus intereses
microeconómicos cómo ahora.
La segunda supone
evolucionar hacia valores republicanos; considerarse ciudadano
(independientemente de tener identidad obrera o de clase media); que
tiene una visión macroeconómica, de la necesidad de un carácter
social por parte del Estado; que independientemente de que recelen de
determinadas organizaciones quieren tener voz y voto a la hora de
tomar las decisiones; son los que quieren (queremos) recuperar la
democracia para el pueblo, que queremos que la ciudadanía se
empodere.