Se cumplen treinta y cinco años de la legalización del PCE y veo el sábado un reportaje en el canal público sobre la misma, a través de una entrevista al entonces Secretario General del Partido. La voz en off dice en un momento del reportaje que el “supo renunciar a utopías revolucionarias para contribuir a que la democracia se abriera paso en España”
Esta frase encierra, a mi modo de ver, toda la contradicción del PCE en estos siete lustros, y me ha refrescado el debate que tuvimos en hace algo más de un mes en la agrupación Levante durante nuestra entrega de carnés, y que me sirvieron para pensar en algunas cuestiones relativas a la relación del PCE con el régimen surgido de la Transición, entonces las escribí y se las mandé a algunos camaradas. Hoy las recupero para el blog.
La chispa en aquel debate vino de la intervención de un camarada; que planteaba los problemas que tenemos para trasladar nuestras propuestas a la sociedad, ya que los medios de comunicación no nos sacan o si lo hacen es cuando hay problemas internos; y por otro lado, un sistema electoral que nos infravalora institucionalmente.
Sin embargo, lo que planteaba el camarada no es algo nuevo; ni su preocupación -compartida por muchos camaradas y compañeros/as de IU- ni el hecho en sí. Sin embargo, basta recordar una obviedad, durante la dictadura no teníamos acceso tampoco a los medios de comunicación, pero eso era una preocupación secundaria o terciaria. Sí, es cierto, estaba La Pirenaica pero, ¿acaso podemos pensar realmente, que de haber existido La Pirenaica en los treinta y cinco años que van desde su desaparición, la historia de España y del PCE hubiese sido esencialmente distinta?
El problema del problema -valga la redundancia- de la situación del PCE -y de IU- en estos treinta y cinco años de democracia no sólo hay que buscarlo fuera de la organización, no es producto sólo del cambio de la sociedad española, sino que hay un elemento que creo que siendo importante no se le presta especial atención y que tuvo -y tiene- consecuencias a lo interno principalmente del PCE. Me refiero a la relación del actual régimen político -llamado habitualmente “La Democracia”- y el Partido Comunista. Y aquí es donde se centró el debate de la Agrupación.
A partir de aquí, aunque algunas cuestiones las expresé en la reunión, son reflexiones generadas a consecuencia, y por lo tanto a posteriori de la reunión.
“La Democracia” ha sido considerada por una parte muy importante de nuestra militancia y dirigencia desde la Transición hasta hoy -aunque en los últimos lustros (y años) esta ilusión está disipándose al menos parcialmente- como un sistema político en el que se podría desarrollar nuestra política. Nuestro partido entraba de esa forma en la contracción fundamental de las últimas décadas para los comunistas; ser esencialmente un partido antisistema pero que era un partido padre del sistema.
Un partido comunista por esencia es anticapitalista y republicano. Sin embargo, los comunistas españoles en la Transición fuimos co-padres de una Constitución esencialmente capitalista y explicitamente monárquica. Esto llevó al PCE a optar por entre sus dos personalidades, optando por ser un partido “padre del sistema”; esto tenía consecuencias en lo interno, algunas hoy ya superadas -renuncia de la república adoptada en el Comité Central del (ironía)14 de abril de 1977- o el debate recurrente congreso tras congreso de la definición ideológica del Partido (IX Congreso de 1978).
Y esto último, la renuncia al leninismo, en mi opinión encierra -desde un vista histórico- una profundidad que no se le da suficiente importancia. La supresión del leninismo era una necesidad histórica para definir la paradoja a la que se enfrentaba el PCE en (y después de) la Transición de ser un partido antisistema padre del sistema.
Ser un partido favorable a la Constitución era un tranquilizante para determinados sectores de la sociedad española para los que el PCE era aún el demonio, pero significaba a lo interno asumir que el naciente régimen permitía profundizar la democracia, llegar al poder y avanzar hacia el socialismo. Esto implicaba a su vez que el modelo organizativo leninista, concebido para la lucha de clases revolucionaria -sobre base del oficio- dejase paso a un nuevo modelo electoral basado en el territorio. Y esto suponía modificar la definición ideológica del Partido, renunciando al leninismo.
Retomo, por donde lo dejé unas líneas más arriba, la esperanza de que “La Democracia” supusiese la posibilidad de que los comunistas pudiesen llegar al poder suponía presuponer cierta igualdad de todos los partidos con respecto al régimen político, y concederle una neutralidad social; suponía abstraer a “La Democracia” de su carácter de clase, de la utilidad que para el capital español tenía esta “Democracia” y esta “Transición”, bastaba con recordar El Estado y la Revolución de Lenin para saberlo, pero Lenin había sido suprimido. Pero bastaba con mirar directamente a Marx, a Engels o Gramsci para llegar a conclusiones similares.
Las consecuencias prácticas de esta opción política se van a traducir en tratar de gestionar lo mejor posible aquellas administraciones a las que se ha tenido acceso, en la esperanza de atraer votos para otras administraciones. Algo que casi treinta y cinco años después de las primeras elecciones postfranquistas se muestra un fracaso manifiesto, y de ahí las quejas del camarada a las que aludía al comienzo de esta reflexión. Las conclusiones que expresaba el camarada coincidían con algunas de las extraídas de la reflexión que las asambleas de Izquierda Unida realizaron después de las últimas elecciones municipales.
Y es que mientras que los comunistas veíamos “La Democracia” como el régimen al que habíamos contribuido en mucho en dar a luz el Estado nos combatía. Digo Estado partiendo de lo dicho en su día por Gramsci: “¿Qué significa esto sino que por “Estado” debe entenderse no sólo el aparato gubernamental sino también el aparato “privado” (sociedades capitalistas, estados mayores, etc) de hegemonía o sociedad civil?”.
Dicho de otra forma, “La Democracia” surgida de la Transición no sólo son el conjunto de instituciones presentes en la Constitución -en cuya ponencia participó el PCE- sino el bloque ideológico hegemónico procedente del franquismo, que defienden los intereses del capitalismo español. Esta es el quic de la cuestión.
La parte de “sociedad civil” procedente del antifranquismo -partidos, sindicatos, etc.- aceptaron como única vía de acceso a un sistema democrático la propuesta desde el propio régimen; es decir, la reforma de la legislación franquista, lo cual modificaba, utilizando terminología de Gramsci, la organización político-jurídico del Estado pero dejaba tal cual la “sociedad civil” procedente del franquismo. Ello colocaba a la “sociedad civil” antifranquista, entre ellas el PCE, en la paradoja de aceptar ser lo contrario de su esencia. Generándose el desengaño, el reniego hacia estas estructuras de sectores que a priori deberían ser afines.
Generaba también el hecho de que lo antisistema al convertirse en parte del sistema generase una corriente en los votantes, simpatizantes, militantes y dirigentes hacia la integración del sistema en su versión más poderosa. Es decir, la conversión del PCE en un partido eminentemente electoral en sus prácticas, que podría asimilarlo a la praxis de la socialdemocracia; y esto último explica los Carrillo, Tamames, Curiel, Almeida, Aguilar, etc.
Explica también las raíces profundas de la evolución en Córdoba en los últimos treinta y tres años, cómo un bloque hegemónico de izquierdas local ha ido evolucionando hacia una institucionalización mientras se debilitaba la hegemonía social hasta ser minoritaria en la ciudad.
Volviendo al ámbito nacional, en los últimos años hemos, desde el PCE, adoptado una visión autocrítica respecto a su papel en la Transición, llegando a replantearse su relación con la Constitución de 1978 o, aunque sigue la renuncia al leninismo, la rehabilición de “los aprendizajes del centralismo democrático y del modelo leninista de Partido”, ya que “La Democracia” nacida de la Transición muestra cada vez más que su esencia era (es) la de gestionar el capitalismo español, y por consiguiente va a poner todos los impedimientos que estén es sus manos para que una organización anticapitalista juegue un papel influyente en las instituciones y en la sociedad.